Decíamos ayer...
Aquí estoy ahora mismo:
Alegría, ansiedad, miedo, incertidumbre, deseo, duda, angustia, pasión, lucha, esperanza, compromiso, responsabilidad, ternura, respeto, trasiego, expectación, cambio, presente, futuro…Cójanse todos estos ingredientes, júntense y remuévanse enérgicamente. Ahora piensen en mí. Así es como ahora me siento. De un tiempo a esta parte todos estos elementos bullen, nadan en mi interior; ora los buenos, ora los malos. Aunque cada día que tacho del calendario aquellos ganan terreno a estos.
Respiro y pienso que ahora es tiempo de una, dos, muchas preguntas y todas, o casi todas, sin respuesta. Pienso en mis padres intensamente, los miro en silencio con la esperanza de que me transmitan su destreza y los admiro. Pero ya estoy cansado de hacerme preguntas cuyas respuestas desconozco. Quiero todo para ya, sobre todo aquello que más deseo. Viendo cómo se ama a un sobrino, imagino el súmmum para un hijo, pero tampoco quiero imaginar.
Quiero querer, tocar, mecer, acariciar, cuidar, mirar, contemplar, ver, escuchar, educar, criar, compartir, reír, llorar, aprender, enseñar, proteger…
Él todavía no lo sabe pero ya le tengo un plan reservado. Iba esta mañana entrenando y me lo imaginaba con su madre, en el km 40, animándome y empujándome hacia la meta.
*Este artículo está publicado en http://www.trespuntosdevista.com/
Dadle una oportunidad a esta aventura que he emprendido junto con dos genios de generaciones distintas a la mía. Si queréis ver sus puntos de vista y cómo surge todo, visitad la página y nos contáis. Además, queremos añadir un nuevo punto de vista, que, si tú quieres, puede ser el tuyo, no tienes más que decirlo.
viernes, 24 de febrero de 2012
martes, 26 de abril de 2011
Correr y no correr la Intercampus de 2011
A mi sobrina Carla, con todo mi cariño.
A las nueve de la mañana había quedado con tu padre para ir a recoger el dorsal de la prueba. Iba a ser nuestra primera carrera juntos y el objetivo que nos habíamos marcado era correr los 10km en menos de una hora. La tarea no resultaría fácil porque la mañana salió calurosa y la última parte del recorrido picaba para arriba. Además de todo esto, entre el trabajo de tu padre, que le deja muy poco tiempo libre, y el final de tu gestación, apenas entrena uno o dos días a la semana en el mejor de los casos. Por lo que la tarea, como te decía, no iba a ser fácil.
El caso es que llamé por teléfono a Puyi, que así es como llamo cariñosamente a tu padre, y cuando me contesta oigo, detrás de su voz, el silencio. Y pienso: "Puff, este está en el hospital". Así era. Y es que, querida Carla, la noche anterior, sobre las 2 de la mañana, llamaste a la puerta, toc-toc, pidiendo paso porque ya querías ver qué pasaba por ahí afuera.
Aunque tu padre no correría, fui a recoger el dorsal y el chip que le correspondían. Porque para ti sería ese dorsal y con el chip algo se podría hacer. Imaginé que no sería reglamentario, y que si me veía algún juez de la carrera, me podría descalificar, pero como quería que mi hermano estuviera presente en "nuestra" carrera, sendos chips, el suyo y el mío, correrían paralelos hasta la meta.
Pero como ya desde antes de nacer eras buena, esperaste a que tu tío corriera. Me di prisa, apenas saludé a otros corredores y corredoras que iba encontrando por el camino; Ana, Cristina, ni siquiera pregunté por Mario, por no entretenerme, aunque sabía que por allí estaba. Así, a los 46 minutos crucé la meta, volví raudo a Getafe, me duché y al hospital, exultantes, tu tía María Luisa y yo.
Pero como ya desde antes de nacer eras buena, esperaste a que tu tío corriera. Me di prisa, apenas saludé a otros corredores y corredoras que iba encontrando por el camino; Ana, Cristina, ni siquiera pregunté por Mario, por no entretenerme, aunque sabía que por allí estaba. Así, a los 46 minutos crucé la meta, volví raudo a Getafe, me duché y al hospital, exultantes, tu tía María Luisa y yo.
Unas horas después, mientras esperábamos todos en el hospital, viniste a la vida. Querías estar para dar la bienvenida a la primavera y saludar, antes, a la Luna llena. Pero no una cualquiera, sino la más grande y más próxima a la Tierra de los últimos 20 años. Hasta en el Telediario dieron la noticia (de lo de la Luna, no de tu nacimiento, tranquila).
Y así fue como viniste al mundo, eso fue lo que pasó durante el día. Bueno, eso, y más cosas; por ejemplo, dile a tu madre que te cuente lo que desayunó ese día, cuando llegó al hospital.
A las 21.40 horas del 20 de marzo de 2011, por fin, llegaste tú, alumbrada por la Luna llena que te puso, para alegrar nuestras vidas, a los pies de la primavera.
Y para finalizar, te pregunto:
¿Cómo se puede querer a una persona ya desde antes de nacer, querida Carla?
sábado, 19 de marzo de 2011
XXXI Media Maratón Ciudad Universitaria
La primera peculiaridad de esta carrera es que tiene un circuito de 7 kilómetros y tú decides si quieres dar una, dos o tres vueltas, completando así la media maratón.
El recorrido, a priori, tira para atrás porque dar 3 vueltas a un circuito, cual ratón sometido a experimento, no es muy recomendable. Virajes forzados, vehículos estacionados de forma asimétrica, vías estrechas para el número de corredores que allí nos congregamos, los primeros clasificados serpenteando para adelantar a los doblados, etc., son los puntos negativos que vi en esta carrera.
A pesar de todo esto, la mañana fue productiva porque disfruté, que es de lo que se trata.
La carrera la empezamos un buen equipo: Santi, Miguel, Fabio, Memole, Mario y Logan. Estos tres últimos, que eran incapaces de llevar nuestro ritmo trotón, como de turista despistado, antes de cubrir el primer kilómetro nos dijeron delicadamente que iban a tirar un poquillo. Lógico, habían ido a correr.
Santi y Fabio nos dieron unos metros de ventaja que crecía paulatinamente pero siempre manteniendo contacto visual con ellos. Así, fuimos Miguel y yo charlando a ratos y haciéndonos llevaderos los kilómetros hasta casi el final de la segunda vuelta. En el km 12 Miguel apretó el paso porque le quedaban dos km y terminaría la carrera. De esta manera, los últimos 9 km eran para mí. Aunque duró poco la soledad pues coincidí con Marco, antiguo compañero del equipo de fútbol y al que hacía mucho tiempo que no veía. Toda una sorpresa con la que no contaba. Tras un ratito de charla seguí tirando hasta ganar la pista de ceniza y entrar en meta.
Fue la primera media maratón que no acabé cansado porque acudí a ella algo mermado por un ligero dolor en los ligamentos laterales de sendas rodillas y debido a eso no quise forzar la máquina. Me lo tomé como un entrenamiento en compañía.
Y así fue como una vez más se corrió un domingo.
Y sumando.
lunes, 22 de marzo de 2010
Los Cojones de la Victoria
Hay victorias pírricas, que por tal característica, a veces, incluso, escuecen. Lamentas el precio pagado y lo que se queda atrás, en el camino, a pesar de haber vencido. Hay victorias holgadas, que debido a esta condición dejan al afortunado con la sensación insípida aun habiendo salido triunfador. Hay, por el contrario, victorias exiguas, en las que sufres hasta el último momento y tardas en asimilarla por el coraje y el tesón derrochados.
Ahora bien, de la Victoria que aquí hablaré, aún no sé con qué adjetivo acompañarla, pues se está pergeñando en estos momentos; aunque bien se podría decir que se lleva gestando desde años ha. Porque esta Victoria vino a este nuevo trance con más de una cornada que se ha llevado en anteriores tardes de gloria. La de hoy, la que está librando en la primera planta, le está poniendo las cosas difíciles, pero esto sólo hará que la Victoria sea gloriosa. Mejor aún, épica, a pesar de que para esta batalla no la han dotado ni de yelmo ni de coraza, ni de escudo ni de lanza. A pecho descubierto y a porta gayola vino el viernes a enfrentarse a la contienda. Sin previo aviso, sin tiempo para asimilarlo y sin posibilidad de preparar estrategia alguna, le dicen:
- "Ponte ahí, que te viene otra cornada. A ver cómo te lo burlas ahora, maja".
- "Pues muy fácil, chato, paso de burladeros y de quiebros, para eso tengo mis cojones, ¡LOS COJONES DE LA VICTORIA! ¡¡Échame el toro!!".
A las cinco de la tarde.
Un toro, uno, y casi seis horas de faena, en el frío albero de la Monumental de Toledo, necesitó para deshacerse del Mihura que le tocó en suerte.
A las cinco de la tarde.
Ora por aquí, ora por allá, se revuelve el morlaco cabeceando, testuz abajo, el cuerpo que yace inerte. En el primer lance, humilla el animal, y con su arma gélida y astifina, hiere la ingle derecha; diez centímetros de trayectoria ascendente. El Maestro Victoria ni se estremece. Resuelve la tanda con dos suaves verónicas para cerrar el primer envite. Cojea tras el desplante y arrastra su manoletina. Crecido como los grandes ante la adversidad maldita, se va a los medios. Cita al morlaco en su terreno, el pecho, descubierto. Al toro le sobra trapío, al torero, bravura. Se apresta la res para la carrera; pisa el coso toledano, pezuña atrás y arena que vuela. Comienza un nuevo duelo. Avanza el toro rápido, el torero permanece quieto, ni se inmuta, coge aire, pies juntos. Más aire. Cita con la frente alta y la mirada al tendido, donde divisa, lontananza, la luz que pide paso para seguir haciendo camino. Agacha el astado su frente zaina, fija la mirada en el objetivo y golpea sin compasión alguna. Provisto con estilo grácil y elegancia probada empitona el pecho descubierto del maestro, que en ningún momento del lance pierde la cara al bovino.
Dos heridas astifinas e inconsciencia son el primer balance de la pelea; vestigios triunfales del suceso necesarios para llegar al resultado anhelado.
Así fue como llegó a la cama de la plaza tras haber lidiado al Mihura sin espada ni estoque, sin muleta ni capote.
Y tras un breve pero angustioso letargo, ajena a desvelos y llantos, lo siguiente que recuerda es la algarabía que conforma la muchedumbre poblando el angosto pasillo y mientras tanto, la familia aplaude la salida a hombros por la Puerta Grande.
La Victoria está asegurada.
El 11 de abril, por la mañana, quiero hacer mi mejor carrera y con las manos mostrar en bandeja mi regalo. Para ello, cruzaré la meta, exhausto y agotado, con el puño diestro apretado golpeándome el pecho, de otro lado, corazón e índice estirados. Y el rastro que deje en el aire tras mi paso por meta, será mi Estela, que llegará, me guiñará un ojo, sonreirá, y extendiendo el pulgar apuntando al Norte, pensará:
Los cojones de la Victoria.
Será mi humilde homenaje a esta Victoria a la que sólo le falta el adjetivo.
Lazarillo.
Ahora bien, de la Victoria que aquí hablaré, aún no sé con qué adjetivo acompañarla, pues se está pergeñando en estos momentos; aunque bien se podría decir que se lleva gestando desde años ha. Porque esta Victoria vino a este nuevo trance con más de una cornada que se ha llevado en anteriores tardes de gloria. La de hoy, la que está librando en la primera planta, le está poniendo las cosas difíciles, pero esto sólo hará que la Victoria sea gloriosa. Mejor aún, épica, a pesar de que para esta batalla no la han dotado ni de yelmo ni de coraza, ni de escudo ni de lanza. A pecho descubierto y a porta gayola vino el viernes a enfrentarse a la contienda. Sin previo aviso, sin tiempo para asimilarlo y sin posibilidad de preparar estrategia alguna, le dicen:
- "Ponte ahí, que te viene otra cornada. A ver cómo te lo burlas ahora, maja".
- "Pues muy fácil, chato, paso de burladeros y de quiebros, para eso tengo mis cojones, ¡LOS COJONES DE LA VICTORIA! ¡¡Échame el toro!!".
A las cinco de la tarde.
Un toro, uno, y casi seis horas de faena, en el frío albero de la Monumental de Toledo, necesitó para deshacerse del Mihura que le tocó en suerte.
A las cinco de la tarde.
Ora por aquí, ora por allá, se revuelve el morlaco cabeceando, testuz abajo, el cuerpo que yace inerte. En el primer lance, humilla el animal, y con su arma gélida y astifina, hiere la ingle derecha; diez centímetros de trayectoria ascendente. El Maestro Victoria ni se estremece. Resuelve la tanda con dos suaves verónicas para cerrar el primer envite. Cojea tras el desplante y arrastra su manoletina. Crecido como los grandes ante la adversidad maldita, se va a los medios. Cita al morlaco en su terreno, el pecho, descubierto. Al toro le sobra trapío, al torero, bravura. Se apresta la res para la carrera; pisa el coso toledano, pezuña atrás y arena que vuela. Comienza un nuevo duelo. Avanza el toro rápido, el torero permanece quieto, ni se inmuta, coge aire, pies juntos. Más aire. Cita con la frente alta y la mirada al tendido, donde divisa, lontananza, la luz que pide paso para seguir haciendo camino. Agacha el astado su frente zaina, fija la mirada en el objetivo y golpea sin compasión alguna. Provisto con estilo grácil y elegancia probada empitona el pecho descubierto del maestro, que en ningún momento del lance pierde la cara al bovino.
Dos heridas astifinas e inconsciencia son el primer balance de la pelea; vestigios triunfales del suceso necesarios para llegar al resultado anhelado.
Así fue como llegó a la cama de la plaza tras haber lidiado al Mihura sin espada ni estoque, sin muleta ni capote.
Y tras un breve pero angustioso letargo, ajena a desvelos y llantos, lo siguiente que recuerda es la algarabía que conforma la muchedumbre poblando el angosto pasillo y mientras tanto, la familia aplaude la salida a hombros por la Puerta Grande.
La Victoria está asegurada.
El 11 de abril, por la mañana, quiero hacer mi mejor carrera y con las manos mostrar en bandeja mi regalo. Para ello, cruzaré la meta, exhausto y agotado, con el puño diestro apretado golpeándome el pecho, de otro lado, corazón e índice estirados. Y el rastro que deje en el aire tras mi paso por meta, será mi Estela, que llegará, me guiñará un ojo, sonreirá, y extendiendo el pulgar apuntando al Norte, pensará:
Los cojones de la Victoria.
Será mi humilde homenaje a esta Victoria a la que sólo le falta el adjetivo.
Lazarillo.
lunes, 1 de marzo de 2010
Entrenar en Gijón...
Porre y yo lo teníamos claro; teníamos que empezar el año entrenando en un lugar bonito, y con mayor motivo si el segundo día de estancia en Gijón tocaba comida en "El Restallu".
Y así lo hicimos.
Como punto de partida, la playa de San Lorenzo. El primer día, tiramos hacia la izquierda con la idea de llegar hasta el Cerro de Santa Catalina, coronarlo, y recuperar el resuello junto al Elogio del Horizonte. Una vez allí, admiramos la obra de Chillida con su paisaje circundante, que proporciona a la escultura un aire de belleza y tranquilidad que invitan a la contemplación y al agradecimiento por estar en ese momento allí, entrenando con un amigo.
Y desde el cerro, continuamos hasta el Puerto de El Musel a ritmo cómodo, retornando por el entramado de calles que arropan el litoral. Ya por entonces, el ritmo fue creciendo paralelo al cansancio, pero el paso junto a don Pelayo erguido sobre su caballo, nos sirvió de estímulo para ofrecer unos minutos finales de rápidas zancadas.
El estiramiento final, aprovechando la barandilla del paseo marítmo, escalera 11, fue, sencillamente, antológico; ¿por qué?, porque la temperatura era idónea, el paraje espectacular, la sensación óptima y la compañía perfecta.
El segundo día fue parecido pero mejor aún (no hay dos entrenamientos iguales, aunque el camino sea el mismo). Iniciamos el entrenamiento dejando el mar a nuestra izquierda con el objetivo de llegar hasta el Parque de la Providencia, que se divisaba lejano y elevado, muy elevado. Hasta que llegamos al final del paseo marítimo, todo eran comentarios y risas, pero cuando el camino comenzó a inclinarse y el asfalto dejó paso a una hilera intermitente de piedras que trazan la senda hacia lo alto del Parque, cada uno tiraba como podía y en silencio. Silencio roto sólo por algún exabrupto inmerecido, sin duda, lanzado al terreno que pisábamos. Zancadas lentas y torpes, mirada a izquierda y abajo; al suelo para ver si éste llaneaba y a la siniestra suplicando fuerza a la inmensidad del mar. El camino picaba cada vez más pero ya quedaba menos, perogrullada que evocas absurdamente en ese momento, y por fin coronamos el parque y alcanzamos la Providencia.
Todo el esfuerzo mereció la pena y cobró significado cuando subimos el último escalón del mirador, ubicado en el punto más alto del Parque de la Providencia. Desde allí todo es bonito; abajo, hierba verde precediendo las aguas trémulas que amanecen intranquilas, y al fondo, las nubes en pugna con el Sol a punto de ganarle la partida... ¡¡Eh, despierta!!, coge aire y te bajas, machote, que te queda la vuelta. Y ésta se tornó perfecta, para gustos los colores, pues una fina lluvia comenzó a refrescar nuestras caras precipitando así gotas de esfuerzo con sabor a salitre.
Tras 10 km, volvimos a estirar en el mismo sitio que el día anterior y la sonrisa cómplice de ambos fue pensando en el homenaje gastronómico que nos habíamos ganado.
Bendito "Restallu".
Y así es como distruto de un entrenamiento con un amigo; compartiendo esfuerzo, pisando un lugar bonito.
Gracias Porre.
Y así lo hicimos.
Como punto de partida, la playa de San Lorenzo. El primer día, tiramos hacia la izquierda con la idea de llegar hasta el Cerro de Santa Catalina, coronarlo, y recuperar el resuello junto al Elogio del Horizonte. Una vez allí, admiramos la obra de Chillida con su paisaje circundante, que proporciona a la escultura un aire de belleza y tranquilidad que invitan a la contemplación y al agradecimiento por estar en ese momento allí, entrenando con un amigo.
Y desde el cerro, continuamos hasta el Puerto de El Musel a ritmo cómodo, retornando por el entramado de calles que arropan el litoral. Ya por entonces, el ritmo fue creciendo paralelo al cansancio, pero el paso junto a don Pelayo erguido sobre su caballo, nos sirvió de estímulo para ofrecer unos minutos finales de rápidas zancadas.
El estiramiento final, aprovechando la barandilla del paseo marítmo, escalera 11, fue, sencillamente, antológico; ¿por qué?, porque la temperatura era idónea, el paraje espectacular, la sensación óptima y la compañía perfecta.
El segundo día fue parecido pero mejor aún (no hay dos entrenamientos iguales, aunque el camino sea el mismo). Iniciamos el entrenamiento dejando el mar a nuestra izquierda con el objetivo de llegar hasta el Parque de la Providencia, que se divisaba lejano y elevado, muy elevado. Hasta que llegamos al final del paseo marítimo, todo eran comentarios y risas, pero cuando el camino comenzó a inclinarse y el asfalto dejó paso a una hilera intermitente de piedras que trazan la senda hacia lo alto del Parque, cada uno tiraba como podía y en silencio. Silencio roto sólo por algún exabrupto inmerecido, sin duda, lanzado al terreno que pisábamos. Zancadas lentas y torpes, mirada a izquierda y abajo; al suelo para ver si éste llaneaba y a la siniestra suplicando fuerza a la inmensidad del mar. El camino picaba cada vez más pero ya quedaba menos, perogrullada que evocas absurdamente en ese momento, y por fin coronamos el parque y alcanzamos la Providencia.
Todo el esfuerzo mereció la pena y cobró significado cuando subimos el último escalón del mirador, ubicado en el punto más alto del Parque de la Providencia. Desde allí todo es bonito; abajo, hierba verde precediendo las aguas trémulas que amanecen intranquilas, y al fondo, las nubes en pugna con el Sol a punto de ganarle la partida... ¡¡Eh, despierta!!, coge aire y te bajas, machote, que te queda la vuelta. Y ésta se tornó perfecta, para gustos los colores, pues una fina lluvia comenzó a refrescar nuestras caras precipitando así gotas de esfuerzo con sabor a salitre.
Tras 10 km, volvimos a estirar en el mismo sitio que el día anterior y la sonrisa cómplice de ambos fue pensando en el homenaje gastronómico que nos habíamos ganado.
Bendito "Restallu".
Y así es como distruto de un entrenamiento con un amigo; compartiendo esfuerzo, pisando un lugar bonito.
Gracias Porre.
lunes, 22 de febrero de 2010
Correr saludable(mente)
Correr.
Correr en cualquier lugar sin importarme las condiciones meteorológicas ni el día que sea. Me ha dado igual que hoy sea domingo, día en que muchas personas aprovechan para descansar. Me ha dado igual que esta mañana, cuando he salido a entrenar, hiciera frío, 1ºC, y lloviera leve pero incesantemente. A los cinco minutos estaba empapado y no era de sudor. Me ha dado igual que ayer y anteayer hiciera los peores entrenamientos de mi vida. O quizá por eso, porque el viernes me costó mucho cubrir 10 km por un recorrido habitual en mi rutina de entrenamiento y el sábado, que repetí distancia para comprobar si el cuerpo respondía y rebajaba minutos al cronómetro, fue aún peor. No sólo no rebajé sino que no pude terminar y el último tercio del recorrido lo tuve que hacer andando. El corazón me iba regular, la cabeza me iba mal y las piernas, directamente, no me iban. Así pues, llevaba dos días dándole vueltas a las posibles causas de tan bajo rendimiento y deseando que llegara hoy domingo para entrenar y comprobar que los males eran efímeros.
Y así ha sido, porque aunque escaseaba mi tiempo libre y he tenido que acortar la distancia, durante los 8 Km que he corrido, las sensaciones han sido buenas; el corazón ha respondido y las piernas también. Y esto significa más, mucho más, que un buen entrenamiento; porque el resto del día no le he dado vueltas a la cabeza. En definitiva, he recuperado las sensaciones de cuando entreno o compito. Aunque lo de competir, bien se merece un artículo aparte.
Compruebo, día tras día, que cuando corro, vienen a mí pensamientos positivos y a medida que voy cubriendo distancia, la sensación de bienestar aumenta paralela al esfuerzo, directamente proporcional a él. El estrés inicial con el que puedo comenzar un entrenamiento se queda en la línea de salida, lo dejo atrás con las primeras zancadas y adiós muy buenas, ahí te quedas. Y cuando el entrenamiento no es muy exigente, cuando el ritmo que llevo es suave, incluso me da tiempo a disfrutar de lo que me rodea. Si entreno en Madrid, por ejemplo, contemplo el cielo de cuándo en cuándo y admiro sus múltiples tonalidades y colores. Esto lo disfruto, sobre todo, en la parte del día que más me gusta, entre perro y lobo*, es decir, cuando la noche va venciendo a la tarde y el sol recorre sus últimos metros.
Esto durante el entrenamiento, porque tras él, lo primero que hace la mente es darme las gracias. Ahora, sin estrés, se encuentra más relajada, feliz. Tras el esfuerzo, ha liberado endorfinas y se encuentra con tal sensación de bienestar que sonríe, sonríe porque sabe que yo disfruto corriendo y le proporciono muchos momentos agradables. Hago que se sienta bien con mucha frecuencia. Y ese “sentirse bien” es el motor que me proporciona un patrón de comportamiento para el resto del día. Elimina cualquier conato de ansiedad, ira o angustia que me pueda perturbar, por lo que la jornada transcurre mejor, ¿no creéis? Si antes de empezar un entrenamiento hay algún problema que me ronda la cabeza, tras él, no desaparece, no, pero las opciones para solucionarlo se han multiplicado. Las cosas se ven de otra manera y ésta es más positiva, ¡claro que sí! Este es el principal argumento que utilizo cuando me preguntan qué siento cuando corro, o por qué corro en vez de estar tumbado tranquilamente en mi sofá.
*LLAMAZARES, Julio, Entre perro y lobo, Alfaguara, Madrid, 2008.
Lazarillo
Correr en cualquier lugar sin importarme las condiciones meteorológicas ni el día que sea. Me ha dado igual que hoy sea domingo, día en que muchas personas aprovechan para descansar. Me ha dado igual que esta mañana, cuando he salido a entrenar, hiciera frío, 1ºC, y lloviera leve pero incesantemente. A los cinco minutos estaba empapado y no era de sudor. Me ha dado igual que ayer y anteayer hiciera los peores entrenamientos de mi vida. O quizá por eso, porque el viernes me costó mucho cubrir 10 km por un recorrido habitual en mi rutina de entrenamiento y el sábado, que repetí distancia para comprobar si el cuerpo respondía y rebajaba minutos al cronómetro, fue aún peor. No sólo no rebajé sino que no pude terminar y el último tercio del recorrido lo tuve que hacer andando. El corazón me iba regular, la cabeza me iba mal y las piernas, directamente, no me iban. Así pues, llevaba dos días dándole vueltas a las posibles causas de tan bajo rendimiento y deseando que llegara hoy domingo para entrenar y comprobar que los males eran efímeros.
Y así ha sido, porque aunque escaseaba mi tiempo libre y he tenido que acortar la distancia, durante los 8 Km que he corrido, las sensaciones han sido buenas; el corazón ha respondido y las piernas también. Y esto significa más, mucho más, que un buen entrenamiento; porque el resto del día no le he dado vueltas a la cabeza. En definitiva, he recuperado las sensaciones de cuando entreno o compito. Aunque lo de competir, bien se merece un artículo aparte.
Compruebo, día tras día, que cuando corro, vienen a mí pensamientos positivos y a medida que voy cubriendo distancia, la sensación de bienestar aumenta paralela al esfuerzo, directamente proporcional a él. El estrés inicial con el que puedo comenzar un entrenamiento se queda en la línea de salida, lo dejo atrás con las primeras zancadas y adiós muy buenas, ahí te quedas. Y cuando el entrenamiento no es muy exigente, cuando el ritmo que llevo es suave, incluso me da tiempo a disfrutar de lo que me rodea. Si entreno en Madrid, por ejemplo, contemplo el cielo de cuándo en cuándo y admiro sus múltiples tonalidades y colores. Esto lo disfruto, sobre todo, en la parte del día que más me gusta, entre perro y lobo*, es decir, cuando la noche va venciendo a la tarde y el sol recorre sus últimos metros.
Esto durante el entrenamiento, porque tras él, lo primero que hace la mente es darme las gracias. Ahora, sin estrés, se encuentra más relajada, feliz. Tras el esfuerzo, ha liberado endorfinas y se encuentra con tal sensación de bienestar que sonríe, sonríe porque sabe que yo disfruto corriendo y le proporciono muchos momentos agradables. Hago que se sienta bien con mucha frecuencia. Y ese “sentirse bien” es el motor que me proporciona un patrón de comportamiento para el resto del día. Elimina cualquier conato de ansiedad, ira o angustia que me pueda perturbar, por lo que la jornada transcurre mejor, ¿no creéis? Si antes de empezar un entrenamiento hay algún problema que me ronda la cabeza, tras él, no desaparece, no, pero las opciones para solucionarlo se han multiplicado. Las cosas se ven de otra manera y ésta es más positiva, ¡claro que sí! Este es el principal argumento que utilizo cuando me preguntan qué siento cuando corro, o por qué corro en vez de estar tumbado tranquilamente en mi sofá.
*LLAMAZARES, Julio, Entre perro y lobo, Alfaguara, Madrid, 2008.
Lazarillo
viernes, 22 de enero de 2010
Por fin una San Silvestre desde el otro lado...
Denostada por unos y alabada por otros...
Por fin he podido correr, junto con miles de personas, el último día del año. Y creo que este detalle es uno de los que hace que esta carrera sea especial y muy diferente a las del resto del calendario.
Un par de horas antes del comienzo, llevo el coche a Vallecas y saludo a antiguos compañeros que hacía un mes que no veía. Quién me iba a decir hace unos años que llegaría a echar de menos Vallecas... Con todo lo que tiene y cómo se te mete dentro.
Y allá vamos, en la furgo camino de la salida. Al llegar a Concha Espina ya formas parte de la fiesta. Sí, una vez allí, te das cuenta de que ese día no podrás competir; ni contra el de al lado ni contra el crono. Ese día es para disfrutar de todo lo que te rodea.
Y de la mano de Isma, con todo el apoyo logístico, como siempre, me dispongo a pasar los controles para ubicarme en el cajón correspondiente. Tras arduo esfuerzo ya estamos calentando en vertical , pues hay tanta gente esperando la salida junto a ti, que resulta imposible preparar los músculos para lo que se avecina. Con frío, mucho frío, y cinco minutos antes de comenzar la carrera, lluvia. Mucha lluvia.
Pistoletazo de salida. Los primeros metros, con no pisar a nadie ni que te pisen, tienes bastante. Y pasito a pasito, cuando me quiero dar cuenta, multitud de granizos vienen a por mí dispuestos a descalabrarme (eso es lo primero que pensé).
Y calaíto hasta más no poder y con los pezones sangrando (literal) como si les fuera la vida en ello, hago la carrera "solo", adelantando y viendo cómo me adelantan Bob Esponja, un bebé, jugadores de rugby, un tío en pijama y demás disfrazados para la ocasión.
Ah, y la camiseta de este año, me encanta. Y mira que ha sido criticada... Para mucha gente, esta carrera es todo menos eso, una carrera. Porque el purismo que atesoran les impide situar al mismo nivel carrera, espectáculo y diversión, que en definitiva, es lo que es la San Silvestre.
El cachondeo duró hasta llegar a casa porque hasta de un atascazo impresionante en Vallecas se saca petróleo si te juntas en el coche con Cristi, mi hermana, ML, Pepe, Isma y Pajares. Para Isma será inolvidable esta carrera; llegó con dignidad a su casa por lo pelos.
Y una vez que corres la San Silvestre, ya estás atrapado. Tras cruzar la meta, tus primeros pensamientos van para el cuadrante del año que está a punto de comenzar y piensas: "El año que viene tampoco curro, así que repito".
¿Te animas a correrla conmigo?
Por fin he podido correr, junto con miles de personas, el último día del año. Y creo que este detalle es uno de los que hace que esta carrera sea especial y muy diferente a las del resto del calendario.
Un par de horas antes del comienzo, llevo el coche a Vallecas y saludo a antiguos compañeros que hacía un mes que no veía. Quién me iba a decir hace unos años que llegaría a echar de menos Vallecas... Con todo lo que tiene y cómo se te mete dentro.
Y allá vamos, en la furgo camino de la salida. Al llegar a Concha Espina ya formas parte de la fiesta. Sí, una vez allí, te das cuenta de que ese día no podrás competir; ni contra el de al lado ni contra el crono. Ese día es para disfrutar de todo lo que te rodea.
Y de la mano de Isma, con todo el apoyo logístico, como siempre, me dispongo a pasar los controles para ubicarme en el cajón correspondiente. Tras arduo esfuerzo ya estamos calentando en vertical , pues hay tanta gente esperando la salida junto a ti, que resulta imposible preparar los músculos para lo que se avecina. Con frío, mucho frío, y cinco minutos antes de comenzar la carrera, lluvia. Mucha lluvia.
Pistoletazo de salida. Los primeros metros, con no pisar a nadie ni que te pisen, tienes bastante. Y pasito a pasito, cuando me quiero dar cuenta, multitud de granizos vienen a por mí dispuestos a descalabrarme (eso es lo primero que pensé).
Y calaíto hasta más no poder y con los pezones sangrando (literal) como si les fuera la vida en ello, hago la carrera "solo", adelantando y viendo cómo me adelantan Bob Esponja, un bebé, jugadores de rugby, un tío en pijama y demás disfrazados para la ocasión.
Ah, y la camiseta de este año, me encanta. Y mira que ha sido criticada... Para mucha gente, esta carrera es todo menos eso, una carrera. Porque el purismo que atesoran les impide situar al mismo nivel carrera, espectáculo y diversión, que en definitiva, es lo que es la San Silvestre.
El cachondeo duró hasta llegar a casa porque hasta de un atascazo impresionante en Vallecas se saca petróleo si te juntas en el coche con Cristi, mi hermana, ML, Pepe, Isma y Pajares. Para Isma será inolvidable esta carrera; llegó con dignidad a su casa por lo pelos.
Y una vez que corres la San Silvestre, ya estás atrapado. Tras cruzar la meta, tus primeros pensamientos van para el cuadrante del año que está a punto de comenzar y piensas: "El año que viene tampoco curro, así que repito".
¿Te animas a correrla conmigo?
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